Diario de la fobia / Sebastián Maturano. – 1a ed. – Córdoba : Borde Perdido Editora, 2020.
428 p. ; 21 x 14 cm.
ISBN 978-987-3942-75-4
1. Narrativa Argentina. 2. Historia Argentina. I. Título.
CDD A863
Fragmentos del libro:
«Esta será una novela del fin de los tiempos, no porque el fin de los tiempos venga, sino porque ya está acá. Aun sin la certeza de que sea cierto. Vivimos el fin de los tiempos. Por eso todas las personas andan apuradas, a las corridas. Aunque no haya ningún apuro. El tiempo no corre, corroe, porque nos morimos. Pero eso no es motivo para andar apurado. El apuro disloca, y los tiempos que corren vienen con vientos que soplan. Murmullos que dicen viene el fin, este es el fin, la película de la especie termina y determina el orden vital. Lamento que esta sea la novela del fin. Una de las tantas. ¿Cuántas más se estarán escribiendo ahora? Miles, más que miles. Cientos de miles. Pero el fin del tiempo es otra fricción de la ficción. El fin del tiempo se constata en la carne. La idea es que vivimos el fin, pero es el fin de la historia. Si bien se apuntaló la idea de fin de la historia hace décadas, y esto se rebatió inconmensurables veces en cientos de miles de páginas y letras sucesivas que encadenan pensamientos, el fin de la historia ganó, se transformó en sensación. La sensación del espanto. La sensación del fin. La sensación del no hay nada qué hacer. A eso hay que revertirlo. ¿Pero cómo? La cesación de la sensación.»
«Hoy robé. Hacía tiempo que no lo hacía. Lo hice por prescripción médica. Averigüé los horarios de la película que queremos ver, pero olvidé decirte. Como olvidé también enviarte lo que me habías pedido. Hoy, para vos, fui un remitente sin destinatario. Perdón. Paseé por el Nuevo Centro de los Adventistas del Séptimo Infierno. Estaba vacío. Lejos del esplendor de hace tres años, cuando explotaba de gente. Eso sí, la bomba sigue activa. Esperamos el estallido de la bomba silenciosa, del grito mudo. Los calmantes son para calmar. ¿Por qué tantas dudas con el nombre? Preguntó el médico psiquiatra. No son dudas, es un juego, respondí. Pero ese juego sale caro y no se puede pagar en cuotas. ¿O sí? Las cuotas de los días. Radiografía de los días: Remite a: Radiografía de la pampa y Radiografía paranoica. La radiografía es un negativo. ¿Se entiende? Claro que sí. El negativo de los días, lo que se ve a contraluz. Con la radiografía se hace el esténcil para grafitear paredes, entre otras superficies. El esténcil también se usaba en los setenta, como matriz para el mimeógrafo. El stencil es un grabado. La radiografía es un grabado. A veces se la utiliza para inspeccionar el cuerpo. Cuando se lo cree enfermo, o cuando se quiere confirmar su salud. Se interpone un objeto entre la fuente de radiación y la carne, sea orgánica o sintética. Los sectores densificados por la gentrificación ósea aparecen en la placa con distintas tonalidades grises. El uso puede ser clínico —para identificar plagios o fisuras en huesos— como industrial —detección de defectos materiales, orgánicos y venosos, como gusanos o larvas de distintas procedencias.»
Links de reseñas sobre Diario de la fobia:
La voz del interior: https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/escribir-desde-introspeccion-que-hay-detras-de-diario-de-fobia-de-sebastian-maturano/
La agenda Bs As: https://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/644464707491725312/mesa-de-luz-la-m%C3%A1quina
Hoy día Córdoba: https://www.hoydia.com.ar/cultura/80089-el-diario-de-la-fobia-de-sebastian-maturano.html
Revista Barbaria: http://barbaria.com.ar/resena-la-letra-es-un-dibujo/
Entrevista al autor con motivo de la aparición del libro. Luego de la entrevista un mínimo comentario de Alberto Giordano y algunos fragmentos del libro.
Escribir desde la introspección
Entrevista a Sebastián Maturano
El escritor y editor cuenta cómo concibió “Diario de la fobia”, su nuevo trabajo que conjura presente y pasado. Y se refiere a la tarea de editar libros en Córdoba.
Por Gustavo Pablos para La Voz del Interior, 12 de abril de 2020.
“La escritura se manifiesta en la forma que puede, no hay un control posible, o al menos yo no lo tengo, ni me interesa tenerlo”, escribe el narrador en un pasaje del libro, un narrador al que sólo tentativamente podemos asociar con Sebastián Maturano, escritor y editor del sello Borde Perdido. Diario de la fobia es una extensa narración autobiográfica escrita por fragmentos y que se permite un poema de varias páginas, pero además, y en primer lugar, es un ejercicio de introspección sobre el cuerpo y sobre la enfermedad, sobre la familia y sobre las amistades, sobre el discurrir y sobre el trabajo (no sólo de escritura, sino también terapéutico y artesanal).
“El libro no surgió de un proyecto previo, sino que fue tomando forma al mismo tiempo que lo hacía. Cuando me di cuenta de que estaba haciendo algo, ya estaba embarcado mar adentro, entonces seguí sin pensar en orillas o en llegar a alguna parte”, dice Maturano.
Y añade: “La escritura apareció para contar lo que me pasaba, pero en ese contar fueron surgiendo otras cosas, como los padecimientos de un cuerpo y de una psiquis en estado de fragilidad, la clase de estado en el que se vuelve difuso distinguir si se está enfermo o no, si se está loco o no”.
En ese proceso de introspección, que tiene como marco el departamento del narrador o el de su novia, así como las calles de algunos barrios de Córdoba, aparecen experiencias y anécdotas vividas con sus padres, amigos y parejas, así como episodios de su temprano interés por la escritura, el dibujo y la gráfica cuando aún vivía en Mendoza. Y, fundamentalmente, hechos de la historia familiar en estrecha relación con hechos históricos y sociales, como los sucedidos entre 2001 y 2002. “En esos años mi madre tuvo lo que los burócratas de la salud mental llaman ‘brote psicótico’, y entre otras cosas regaló la casa con todo el mobiliario, a pesar de que nuestra situación material era bastante crítica. Eso, en un contexto tan fuerte como fue la crisis del 2001 en Argentina, dejó marcas en mi, que tenía 17 años en ese momento” —comenta Maturano—. “Pero también apareció la historia de mi abuelo, cesanteado, preso y torturado en la dictadura del ’76, y que ya no volvió a ser el mismo cuando los milicos lo largaron. O el suicidio de mi abuela (que conocí a través de relatos familiares) cuando ella era muy joven a comienzos de la década del 70. Todo eso empezó a resonar en mis recuerdos y se fue incorporando a la escritura. Entonces es una escritura de introspección donde se empezó a desarrollar primero una exploración y después una investigación en donde las micro-historias familiares, barriales, cotidianas y lo que llamamos ‘la gran historia’ se fueron entrelazando. Por supuesto que caigo en esto después, no mientras lo hacía”.
Diario de la fobia tiene un par de padrinos literarios aunque sean involuntarios: el Mario Levrero de El discurso vacío y La novela luminosa, y el Sergio Chejfec de Últimas noticias de la escritura; en ambos Maturano encontró formas que le posibilitaron pensar y escribir lo que le estaba pasando. “A Levrero lo había leído unos años antes y sus libros me volvieron a hablar de la escritura y de la relación entre la caligrafía, lo terapéutico y un modo de narrar lo cotidiano —comenta—. Mientras que el de Chejfec apareció hurgando la biblioteca de una amiga y contiene todas las cuestiones que me interesan: el dibujo como escritura, la escritura como dibujo, el modo en que las herramientas que se utilizan para escribir condicionan el mismo hecho de escribir. Sumaría uno más que quizás quedó algo solapado, Hijos de la noche, de López Petit, donde el autor reflexiona sobre una serie de malestares personales”.
–¿Qué ideas y sensaciones te produce pasar del rol de editor al de autor?
–Mientras escribía y corregía también imprimía y encuadernaba de manera artesanal ejemplares que entregaba a algunos amigos. Si ellos querían, podían leerlo y me enviaban sus impresiones. Luego me devolvían esos ejemplares y yo les entregaba otros más avanzados. Este proceso que implicaba no sólo escribir sino también imprimir, coser y encuadernar pasó a formar parte del mismo proceso de escritura. Creo que la función de editor en cierto modo se colectivizó al exisitir ese intercambio literario y literal con estos amigos, de quienes quiero dejar constancia porque fueron muy importantes en la construcción del Diario de la fobia: Claudia Huergo, Silvio Mattoni, Matías Lapezzata y mi pareja Marie Miy.
La marca del editor
Como responsable del sello Borde Perdido, Maturano asegura que en los próximos meses publicará una nueva edición de Niña Soviética, de Liria Evangelista, y un libro de poesía de Oscar del Barco, Alétheia, entre otros proyectos.
–Como editor, ¿qué es lo que te interesa encontrar en un autor o en una obra?
–Creo que en mi caso hay una particularidad, y es que mi tarea como editor es múltiple, ya que me ocupo del diseño de los libros (maquetación y arte de tapa) así como de aspectos relativos a la corrección. Dicha esta salvedad, considero que una de las tareas fundamentales del trabajo editorial es la lectura. En ese encuentro que genera la lectura aparecen elementos no resumibles o generalizables, al menos esa es mi manera de encarar este trabajo. Hay particularidades que surgen con cada lectura, amén de que hay aspectos formales que se reiteran en la práctica de un oficio, como cuestiones de orden ortográfico o gramatical o de estilo que siempre intento focalizar atendiendo a la propuesta que estoy leyendo, no como una plantilla amoldable a cada situación. Me gusta pensar en estéticas no complacientes y que la editorial viaja en esa zona.
–Uno de los aspectos que destaca de Borde Perdido es el trabajo visual de las tapas…
–Las tapas son una parte muy importante de un proyecto editorial, es lo que define su “política gráfica”. En el caso de Borde Perdido a veces llamo en broma a la gráfica de las tapas “expresionismo pop”. Busco generar una identidad visual, algo que en cierta medida es móvil pero que visto a la distancia muestra una constancia y una insistencia.
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Alberto Giordano (escritor, profesor y crítico literario) tuvo la amabilidad de leer el libro y comentar en su perfil de Facebook lo siguiente:
En los últimos días del año pasado, leí esta novela luminosa de Sebastián Maturano
en un estado de deslumbramiento y continuo interés. Hace poco le decía a un amigo,
recomendándosela, que es de esos experimentos ambiciosos, como «El traductor» de
Benesdra, en los que se persigue el testimonio histórico y social a través de la
exploración íntima.
Brillante
Gracias!